El pasado miércoles, durante un emocionante enfrentamiento de la Copa Sudamericana entre Independiente y Universidad de Chile, se registraron graves disturbios que llevaron a la detención de más de un centenar de personas y dejaron alrededor de 200 heridos. El partido, que se encontraba empatado 1-1, fue suspendido al inicio del segundo tiempo debido a la violencia desatada en las gradas.

Los incidentes comenzaron cuando los aficionados chilenos comenzaron a arrojar objetos al público local, lo que provocó un caos que llevó al árbitro a detener el juego apenas tres minutos después de reanudación de la segunda mitad. Los informes de medios como ESPN indicaron que el clima de tensión había ido en aumento, lo que finalmente detonó los enfrentamientos.

Ante la falta de seguridad garantizada tanto por el club anfitrión como por las autoridades locales, la CONMEBOL decidió cancelar el partido. La confederación anunció que el asunto será analizado por sus órganos judiciales, abriendo la puerta a posibles sanciones. Mientras tanto, la Universidad de Chile se encontraba en ventaja global de 2-1, lo que subrayaba la importancia del encuentro para ambas partes.

En una declaración oficial, el club chileno expresó que lo prioritario en este trágico evento no es lo deportivo, sino garantizar la seguridad y el bienestar de sus seguidores, a quienes describió como “brutalmente agredidos”. La entidad enfatizó que este tipo de violencia no tiene cabida en el deporte y que las imágenes de violencia vividas en el estadio son inaceptables, haciendo un llamado a la reflexión sobre la situación.